El viernes 13 de noviembre de 1992, Desiré y Miriam, de 14 años, y Toñi, de 15, decidieron ir desde Alcàsser a la discoteca Coloor, en Picassent, haciendo autoestop. Fue lo último que se supo de ellas.
El 7 de diciembre de 1992 llegó a EL PAÍS una carta al director: "¡Antonia, Desirée, Miriam!". La firmaba Carme Miquel. "Si están en condiciones de leer estas letras y tienen posibilidad de responder, que lo hagan, que vengan. Pero si alguien las tiene retenidas, pedimos, por favor, que no les hagan daño, que demuestren sentimientos humanos y les permitan volver para que todos dejemos de sufrir". La búsqueda era incesante. Entonces un programa arrasaba en televisión, Quién sabe dónde, que puso toda la artillería en la búsqueda de las niñas, fomentando un modelo que terminaría explotando el día en que se conoció el crimen.
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El presidente del Gobierno, Felipe González, pidió recibir a los padres de las chicas el día de Nochebuena. La madre de Toñi, Luisa Rodríguez, le dijo que la espera estaba siendo "un infierno". González prometió todos los esfuerzos de las Fuerzas de Seguridad del Estado y anunció la colaboración de la Interpol y de las policías de Marruecos, Francia, Italia y Portugal.
Un mes después de aquello, el 27 de enero de 1993, dos apicultores vieron una mano desenterrada en una fosa de la finca La Romana, cerca del pantano de Tous. "En la superficie aparece una mano saliente", dictó el juez de Alzira al secretario judicial, "deshuesada prácticamente en su totalidad, con dos huesos salientes y un reloj blanco. En dicho reloj se observa que está parado y marca las catorce treinta horas". Ese día comenzó el infierno al que se refería la madre de Toñi, y un culebrón alimentado por declaraciones contradictorias que se produjeron desde la aparición del primer cadáver y en el testimonio del propio juez, que dijo renglones más abajo: "Retirando la tierra aparece en primer lugar un cuerpo, se aprecia que tiene las manos atadas". "¿Una mano suelta o dos manos atadas tratándose del mismo cadáver?", se preguntó el periodista Pablo Ordaz en un artículo de EL PAÍS, Los misterios de Alcàsser. En la fosa estaban los tres cadáveres de las chicas, dos de ellos con la cabeza separada del cuerpo, y varios objetos alrededor; también papelitos que, reconstruidos, resultaron ser de un volante hospitalario a nombre de Enrique Anglés, enfermo de sifílis.
La Policía detuvo a Enrique y a Miguel Ricart. Ricart confesó el crimen: lo había hecho con Antonio, hermano de Enrique, a quien solía suplantar, de ahí el volante. Habían subido a las chicas en un Opel Corsa para llevarlas a la discoteca, pero pasaron de largo.
Ese mismo día 27 un programa de televisión, Día a Día, se desplazó a Alcasser a hacer su emisión en directo. Fue en un teatro, con el pueblo como público y los padres de las niñas, horas después de saber que sus hijas fueron torturadas, violadas y asesinadas, como entrevistados. Lo presentó Nieves Herrero, que en los días siguientes defendió el programa pero que con los años se arrepintió de haberlo hecho: había tal exhibición de dolor y sufrimiento en el plató (“abraza a tu hija, abrázala”, le decía Herrero a una de las madres agarrando la foto de su hija) que en los bloques de publicidad la presentadora pedía a Madrid acabar con aquello poniendo un documental o mandando la emisión a negro. De vez en cuando Olga Viza aparecía para dar cuenta de la última hora de la investigación; cuando anunció las detenciones el público rompió a aplaudir.
Tras la aparición de los cuerpos Alcasser se convirtió en una bomba de relojería. Un niño de seis años le dijo al periodista Jan Martinez Ahrens: “Pegaría cinco tiros en la cabeza del asesino”. Los compañeros de instituto de Miriam, Toñi y Desiré contaban: “La cárcel es poco. Mataríamos a los culpables cruelmente, con lentitud”. En un bar se exigía que los asesinos fuesen entregados al pueblo. Antonio Anglés no apareció nunca; su huida ha alimentado toda clase de teorías acerca del asesinato.
El padre de Miriam, Fernando García, fue condenado a un año de prisión por injurias al fiscal, al forense y a cuatro guardias civiles tras defender que detrás del crimen estaban personajes del mundo político y empresarial. Se intentó crear una fundación que acabó en nada; fue grabado por una cámara oculta diciendo que el dinero aportado en actos benéficos era suyo, se lo habían dado a él y como si se lo gastaba "en fiestas". No se habla con las familias de las otras dos víctimas. Su madre, abuela de Miriam, llamó el pasado tres de enero al programa Hablar por Hablar de la Ser para recordar, sobre el crimen, que "nos han hecho creer una cosa que no es".
Miguel Ricart ya está en libertad. Cuando salió de la cárcel concedió una entrevista a Antena 3 que nunca llegó a emitirse por la polémica causada. De Antonio Anglés no se sabe si está vivo o muerto. Su madre está convencida de que murió ahogado huyendo a Irlanda. Si está vivo, dijo, no le interesa.
Mucha mierda y mucho asunto turbio en este tema, y es que la que había montada por aquellos tiempos en Valencia deja en mantillas a lo de ahora, con sectas, sacrificios, fiesta a granel, droga, orgías con políticos y altos cargos y barrabasadas peores, se hablaba incluso de películas snuff.
Un puto desastre que seguirá sin resolverse porque no interesa.