A la edad de 92 años y, lo mejor, en su casa tranquila y sin hospitales, cables ni tubos de por medio murió mi abuela materna, la única abuela que me quedaba con vida.
Cuando me despertó una conversación de mi padre llorando a moco tendido ya lo supe, pues la pobre ya estaba unas semanas pachucha, así que ipso facto me levanté y lloré como hacía años que no lo hacía.
Y ahora, esté donde esté, siempre estará en todos nuestros corazones, pues era una mujer bondadosa, que a los nietos nos trataba de una forma difícilmente olvidable, y a la que, con nuestros más y nuestros menos, intentamos devolverle el trato durante todos estos años.
Iaia, allá donde estés, descansa, pues te lo has merecido.
Y siempre, SIEMPRE te recordaremos tal como eras hasta el último día en que te vi con vida, con una sonrisa en la cara.
Hasta la vista.
Cuando me despertó una conversación de mi padre llorando a moco tendido ya lo supe, pues la pobre ya estaba unas semanas pachucha, así que ipso facto me levanté y lloré como hacía años que no lo hacía.
Y ahora, esté donde esté, siempre estará en todos nuestros corazones, pues era una mujer bondadosa, que a los nietos nos trataba de una forma difícilmente olvidable, y a la que, con nuestros más y nuestros menos, intentamos devolverle el trato durante todos estos años.
Iaia, allá donde estés, descansa, pues te lo has merecido.
Y siempre, SIEMPRE te recordaremos tal como eras hasta el último día en que te vi con vida, con una sonrisa en la cara.
Hasta la vista.