Casi una década ha tardado Andrew Niccol en regresar a la ciencia-ficción, género con el que, allá por finales de los noventa, se dio a conocer como director y guionista con la sobresaliente “Gattaca”. Tan sólo un año después, en forma de guión, nos obsequió con otra joyita, “El show de Truman”, dirigida en 1998 por Peter Weir.
Su siguiente acercamiento como cineasta a la ci-fi fue la fallida “Simone”, película que sirvió a los críticos para bajarle del pedestal al que ellos mismos le habían subido unos años antes. Luego recuperó algo del crédito perdido con “El señor de la guerra”, una notable sátira sobre la guerra que será recordada, entre otras cosas, por ser uno de los trabajos más dignos que hizo Nicolas Cage durante la pasada década.
Ahora, antes de meterse en el berenjenal de adaptar “The Host”, otra novela fantástico-romántica de la escritora Stephanie Meyer (autora de la saga Crepúsculo…), Niccol nos trae una propuesta que sale de su propia pluma y cuyo punto de partida no podría ser más sugerente.
En el futuro en el que el tiempo es considerado, literalmente, dinero y es posible detener el proceso de envejecimiento a los 25 años, la única manera de seguir vivo es ganar, robar o heredar más tiempo. Will Salas (Justin Timberlake), un humilde trabajador, vive su vida minuto a minuto, hasta que una inesperada ganancia de tiempo le permite acceder al mundo de los ricos. Allí conoce a una hermosa joven heredera (Amanda Seyfried) junto a la que tratará de destruir el corrupto sistema en el que unos pocos viven a cuerpo de rey mientras el resto malvive con el temor de quedarse sin tiempo…
La inmortalidad y la juventud eterna, vivir para siempre y no envejecer ante al paso de los años… Dos de los caprichos más ansiados de la humanidad y que han dado origen a múltiples mitos y leyendas acerca de pócimas, ríos o frutas que podrían conferir tales poderes.
Si bien luchar contra la muerte es una batalla que damos por perdida, retrasar el envejecimiento es algo que, de algún modo, sí hemos conseguido alcanzar, aunque sea a base de ungüentos dignos de un curandero del todo a cien (todas esas cremas y lociones de conocidas marcas que usan muchas mujeres y cada vez más hombres) o sometiéndose a las “mágicas” operaciones de un cirujano plástico (aunque a veces sea para salir hecho/a un adefesio)
¿Pero qué ocurriría si, en un futuro, la ciencia hubiera avanzado hasta el punto de poder quedarnos con 25 años para toda la vida? Pues no hace falta imaginárselo, ya que esto es lo que nos plantea “In Time”.
En un mundo en el que la juventud eterna está garantizada al cumplir los 25 años, el tiempo ha pasado a ser el valor más preciado para asegurarse también una vida eterna. Ya lo decía Benjamin Franklin, “El tiempo es dinero”, y en “In Time”, los segundos, los minutos, las horas, los días… incluso los años, se han convertido en la moneda de cambio. Ya nadie paga con dinero sino con tiempo. Todo tiene un “precio”, y el coste para una vida sin preocupaciones es muy alto.
Muchos, como Will Salas, viven al día, trabajando para ganar el tiempo posible que les permita seguir en pie a la mañana siguiente. Al otro lado de la frontera, otros viven con la tranquilidad de saber que disponen de cientos e incluso miles de años para su disfrute. En el mundo de Will, la gente vive frenéticamente, mientras que en el de los ricos no existe mayor preocupación que la de decidir en qué gastarse todos esos años que tienen acumulados.
Pero un buen día, a Will se le presenta la oportunidad de acceder a esa vida de lujos cuando un extraño al que ayuda le regala todo un siglo. Con tanto tiempo por delante, Will trata de disfrutar de los placeres que se encuentran al otro lado de su ciudad. Sin embargo, este sistema de vida tiene un control muy riguroso en el que nadie puede pasar de la miseria a la riqueza de la noche a la mañana. Aquellos que controlan que todo siga su curso, los llamados Guardianes del Tiempo (capitaneados por un implacable Cillian Murphy), andan tras la pista de Will, el “nuevo rico” venido de la región, o zona horaria, más pobre.
Acorralado entre la espada y la pared, el joven trata de evadir a sus perseguidores al mismo tiempo que lucha por desmoronar todo el sistema. Por el camino, Will arrastra a Sylvia Weis, la hija de un multimillonario a la que secuestra con tal de dar esquinazo a los Guardianes.
A medida que Will (niño pobre) y Sylvia (niña rica) pasan más tiempo juntos, la relación secuestrador-rehén desaparece, y unen sus fuerzas (y sus cuerpos, ejem) para luchar contra el sistema. Un sistema en el que unos cuantos millonarios dictan a su antojo quién vive y quién muere.
Y partir de ahí es cuando la estupenda y prometedora premisa de Niccol comienza a perder fuelle.
Lo que empieza como una especie de “La fuga de Logan” acaba convirtiéndose en una mezcla entre “Bonnie & Clyde” y “Robin Hood” con mucha persecución y mucho (demasiado) intercambio/robo/regalo de minutos por medio, perdiendo un poco el rumbo y sin terminar de pulir muchas de las buenas ideas que plantea ni profundizar en el pilar de la trama.
En su defecto, nos termina endosando la enésima historia de niño pobre y niña rica (cuando no es al revés) que se enamoran cuando el destino les junta y les hace darse cuenta que ninguno era feliz con la vida que llevaba (porque si bien los pobres mueren, parece que los ricos realmente tampoco viven).
Para hacerlo todo más bonito y llevadero (no hay que olvidar que el público al que se dirige esta película no es el mismo que el de Gattaca) nos mete algo de acción, la cual no resulta tampoco demasiado llamativa (incluso puede resultar chapucera, como la escenita del accidente), alguna vacilada por parte del héroe (Will vs los ladrones en su último enfrentamiento) y una sucesión de acontecimientos que cada vez nos despiertan menos interés.
Los buenos detalles iniciales (la forma de pago, el hecho de que todos tengan la misma joven apariencia sin importar la edad que realmente tengan…) se debilitan cuando empieza a notarse cierta falta de consistencia o coherencia. Y es que si el tiempo en el futuro equivale al dinero en nuestro presente, resulta chocante que éste sea tan fácil de robar.
Si actualmente, a nivel tecnológico, estamos capacitados para tener a buen recaudo nuestro dinero, resulta curioso que aquí aquello que más valor tiene sea tan fácil de arrebatar (esto queda ejemplificado con el grupito de gangsters que roban a quién se le ponga por delante con sólo un movimiento de brazo o la facilidad con la que transferirse minutos desde un coche policial sin ningún tipo de sistema de verificación de identidad o algo por el estilo). Que de un sistema de vida tan avanzado depende algo tan rudimentario como la fuerza o la voluntad de cada uno (de ahí lo de los pulsos), es algo que chirría bastante.
De todos modos, eso es lo de menos, pues como ya digo, el rumbo que toma la cinta a partir del secuestro de Sylvia (encarnada por una morbosa Amanda Seyfried) va menguando minuto a minuto (y nunca mejor dicho) las posibilidades que tenía la película de convertirse en algo grande o, simplemente, en algo mejor de lo que es, un pasatiempo para ver y olvidar.
Niccol no termina de decantarse por una vertiente (el thriller futurista) u otra (el drama romántico y de acción), y pierde credibilidad conforme avanza el metraje.
Si bien la idea no se echa del todo por tierra, sí se siente que ha quedado desaprovechada y que no se ha sabido llevar por el buen camino. “In Time” es de esas películas que parecen inteligentes, pero que en el fondo -detrás de toda esa parafernalia medio futurista medio retro tan molona- no lo son.
Tiene un buen planteamiento pero no una buena historia que contarnos; hay unos conceptos (crítica al culto a la belleza/juventud, al sistema capitalista, a la división de clases sociales, etc.) realmente interesantes con los que poder jugar sabiamente, pero no hay unos personajes que sirvan para ello.
Nacer con un reloj en la muñeca daba para mucho más que para una película con guapa pareja de fugitivos roba-bancos.