Después del mal regusto general con ‘Pearl Harbour’ y el batacazo taquillero de ‘La Isla’, el amado/odiado Michael Bay necesitaba un éxito con urgencia, y éste le vino de la mano de uno de los juguetes de Hasbro, los Transformers, unos robots transformables -como su nombre bien indica- de procedencia alienígena que se hicieron muy populares entre la chiquillada de alrededor del mundo gracias sobre todo a la serie de animación producida en la década de los ochenta.
En manos de Bay, su adaptación a la gran pantalla contó con unos efectos especiales de primera y con una historia más bien ramplona que, si obviamos los indigestos ‘momentos a lo American Pie’, al menos resultaba lo suficientemente aceptable como para acompañar toda esa pirotecnia que se le suele pedir a un blockbuster y en la que el director se mueve como pez en el agua.
Y aunque la película no fuera todo lo buena que se esperaba (un poco más de seriedad no le hubiera ido mal) y dividiera a muchos entre aduladores y detractores, sus números en taquilla (150 millones de dólares de presupuesto y 700 de recaudación a nivel mundial) constataban su éxito y garantizaban el visto bueno para una secuela.
Cuando ésta llegó, muchos esperábamos que se pulieran los errores de su predecesora. Pero cuál fue nuestra sorpresa al comprobar que no sólo no se que corrigieron sino que se intensificaron.
A lo largo de más de dos larguísimas y agotadoras horas contemplamos a un robot que se tiraba pedos, a otro que se arrimaba a la pierna de Megan Fox cual perro en celo, a dos gemelos Autobots cansinos, a la madre de Witwicky drogada en el campus de su hijo, a John Turturro enseñando sus nalgas separadas por un fino tanga (y él no fue el único que osaba bajarse los pantalones en el transcurso de la película)… y un sinfín más de estupideces que convertían a ‘Transformers 2: La venganza de los caídos’ en un engendro de proporciones mastodónticas.
Poco importaba que en medio del bochornoso espectáculo hubiera un puñado de robots dándose de hostias o que hubiera cosas explotando por doquier, porque a la hora y poco una ya había acabado harto de tanta tontería.
Con semejante antecedente, acercarse a una tercera entrega suponía todo un acto de fe. Pero de nuevo, volvían a ponernos un sabroso anzuelo con el que picar, un tráiler aún más espectacular que los de las dos anteriores entregas juntos.
Aún así, las dudas de algunos seguían ahí, y nos preguntábamos si nos la iban a meter doblada por segunda vez o, si por el contrario, asistiríamos, ahora sí, a un entretenimiento de calidad o que al menos no diera vergüenza ajena ni fuera un insulto a nuestra inteligencia. Y solamente había una forma de averiguarlo…
Han pasado varios años desde el último enfrentamiento entre Autobots y Decepcticons.
En este tiempo, los primeros se han convertido en un aliado armamentístico de suma importancia para el gobierno de los EE.UU. y para el mundo entero, participando en arriesgadas misiones y en conflictos que sólo ellos pueden llevar a cabo sin bajas humanas.
Los segundos parece que han desaparecido del mapa, aunque se siguen extremando las precauciones por si deciden regresar y vengarse por enésima vez. En cuanto a Sam Witwicky (Shia LaBeouf), sus heroicos esfuerzos en el pasado no han servido para brindarle un próspero futuro, y mientras busca un empleo adecuado a sus capacidades, vive el día a día a costa de Carly (Rosie Huntington-Whiteley), su nueva novia.
Pero la calma y rutina actuales volverán a verse interrumpidas por un nuevo levantamiento de los Decepticons, quienes esta vez harán acopio de toda la artillería a su alcance para alzarse con la tan ansiada victoria.
‘Transformers: El lado oscuro de la Luna’ empieza primero remontándose a los orígenes de la guerra entre Autobots y Decepticons en Cybertron, y luego situándonos a finales de los años 60, con la carrera espacial americana en pleno apogeo gracias al viaje del Apolo 11 y su llegada a la Luna, desde donde el astronauta Neil Armstrong pronunció su ya famosa frase ‘Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad’.
Pero como bien se nos muestra aquí, los motivos que llevaron al hombre a la Luna no fueron los que todos conocemos, sino que tras esa misión se escondía otro propósito: investigar y recoger muestras de un extraño artefacto que se había estrellado en el satélite natural.
Tiempo después, los secretos mejor guardados de aquella misión saldrán irremediablemente a la luz.
Y tras este instructivo prólogo, en el que se utilizan imágenes de archivo de la época (que cuelan mejor que el postizo Robert Kennedy empleado para la ocasión…), regresamos al presente.
¿Y qué es lo primero que nos encontramos?. Un generoso primer plano del trasero de Carly, el interés amoroso de Sam Witwicky que ha sustituido a Mikaela (a la que Bay reserva unas cuantas puyas en los diálogos). Vale, es una forma de empezar como cualquier otra (y en una película de Bay no es algo extraño), pero uno ya empiece a temerse lo peor.
Y sí, lo peor se acaba cumpliendo, en mayor o menor medida.
De la historia no hace falta contar mucho, ya que no es más que una mera excusa para desencadenar otra batalla campal entre transformers y humanos. Pero para situarnos en un contexto, a lo que hace referencia el título de esta tercera entrega es a algo que pondrá en grave peligro nuestro planeta y que supondrá el arma definitiva para que los Decepticons terminen invadiéndonos.
En medio de todo el meollo están los aliados de siempre: Sam, su chica (cambiamos morena por rubia; actriz -es un decir- por modelo), el ahora ex agente Simmons (John Turturro) y los soldados yanquis (entre ellos, viejos conocidos como Lennox y Epps).
Y se suman algunos nuevos, como la jefa Mearing (Frances McDormand), cuya función -hablando en planta- es dar por saco, o Dutch (Alan Tudyk), el ayudante de Simmons; amén de los nuevos Autobots que apoyan a Optimus Prime y cía (que nos quitan de encima a los molestos gemelos… pero para poner en su lugar a unos Autobots renacuajos sólo un poquito menos indigestos).
Y con todo esto, y bajo la promesa de no volver a cometer los errores del pasado, Michael Bay y Ehran Kruger (responsable también del guión de la Transformers 2) vuelven a tropezar con la misma piedra, ofreciendo el mismo execrable humor que en su predecesora, y consiguiendo que grandes actores como Turturro, Malkovich o McDormand se presten a hacer el payaso sin pudor alguno, algo que de seguro beneficiará más a su cuentas corrientes que a sus carreras (y lo de Turturro ya es reincidencia compulsiva).
La película tarda, por así decirlo, hora y media en arrancar, que es el tiempo que Kruger y Bay emplean para desarrollar la trama (que tampoco necesita de tantos minutos) y poner a todas sus fichas sobre el tablero.
Un tiempo en el que el humor cazurro, las situaciones bobaliconas y los personajes ridículos vuelven a ser los protagonistas (sí, vuelve también la madre Sam). Malkovich se lleva la palma con un personaje que además parece metido con calzador, aunque mención especial merece Ken Jeong, que parece haber saltado directamente del plató de Resacón 2 al de Transformers sin cambiar un ápice su registro (aunque aquí no esnifa coca, que sepamos…).
Así que todo aquello que no nos gustaba en la anterior vuelve a estar presente en ésta, aunque de forma mucho menos insultante, todo hay que decirlo.
Pero además, en esa hora y media la presencia de los transformers se ve reducida a mínimos, cobrando mayor protagonismo los humanos, que es justo lo contrario de lo que llevaba pidiendo a gritos el público.
Las escasas escenas de acción en el transcurso de ese tiempo tampoco son muy destacables, y enfrentan básicamente a soldados contra Decepticons.
Entonces, pasada esa irrisoria y difícilmente soportable hora y media, llega lo bueno: todo el arsenal que Bay se guardaba en la manga y que es lo que se ha utilizado como reclamo en los tráilers. Porque tontos no son (Spielberg anda detrás…), y en la promoción nos han ocultado todo lo que no nos gusta y nos han enseñado todo lo que sí.
Y lo que nos gusta, y lo que mejor se la da a Bay, es la destrucción y las apoteósicas escenas de acción que alcanzan su cenit en la ya sobradamente conocida secuencia del edificio.
Una hora -más o menos- de excelsa espectacularidad, con explosiones por todas partes, coches volando por los aires y toda la chatarra robótica desplegada por la ciudad dándose mamporros.
Nadie puede negar que Bay es un auténtico artesano a la hora de planificar las escenas de acción y de lograr un sólido empaque con todos los elementos que maneja, logrando integrar a la perfección los efectos digitales dentro de unos sets en los que parece desatarse el mismísimo apocalipsis.
Esta vez, las escenas son menos mareantes, aunque no falta la cámara lenta y los planos característicos del director (personaje en plano medio + fondo explotando o en llamas + música épica de fondo), consiguiendo momentos realmente impactantes y, en algunos casos, hasta emocionantes (la escena con Bumblebee y el cruce de miradas entre él y Sam), cosa que no había conseguido en anteriores ocasiones y que, apoyándose en una buena banda sonora como la que le brinda Steve Jablonsky, Bay acostumbra a bordar.
Lástima que para llegar a esto haya que tragarse todo lo anteriormente mencionado, que para lo único que sirve es para constatar que LaBeouf, que estaba bastante contenido en las anteriores entregas, se pone a soltar gritos histéricos a la mínima oportunidad, y que Rosie Huntington-Whiteley actúa un poco mejor que Megan Fox, aunque por momentos, y al igual que aquella, recite los diálogos con limitada convicción o sirva para hacer exactamente lo mismo: contonearse ante la cámara y pasarse media película agarrada de la mano de su compañero de reparto.
Del videoclipero estilo visual o del habitual patriotismo y la exaltación del poder militar yanqui no debería haber queja alguna porque uno ya sabe a lo que va. Bay es Bay, y o lo tomas o lo dejas. Y en el caso del patriotismo, tratándose de una película palomitera, a mi no me molesta en absoluto (otro gallo cantaría si fuera un filme bélico con pretensiones didácticas).
Así que la conclusión parece bastante obvia: si la adrenalítica hora final te compensa la infumable hora y media anterior, la inversión habrá valido la pena. En caso contrario… no se admiten devoluciones.
Bay deja toda la carne en el asador para el final, y puede que unos lleguen a ese final sin hambre o, peor aún, empachados de aburrimiento y de chistes sin gracia.
Lo bueno de todo es que esta es la última de la franquicia, al menos para Bay, del que muchos esperamos pronto un regreso a algo más del estilo ‘La Roca’ (de lejos, su mejor película y una joya del cine de acción).
Quizás si otro agarra los mandos de Transformers salga algo más potable; algo más adulto y serio o, como mínimo, con menos chorradas por minuto y menos infantilismo recalcitrante. A fin de cuentas, y después de tres películas, la primera sigue pareciendo la más compensada de todas, aunque por el camino haya visto como sus secuelas le pasaban la mano por la cara en cuanto a espectacularidad se refiere.
Aún así, ya se sabe que la potencia sin control, no sirve de nada, y Bay no se lo aprende ni a marchas forzadas.
P.D.: El supuestamente asombroso mejor 3D visto hasta la fecha me ha dejado indiferente la mayor parte del tiempo. Aunque admito que yo soy bastante inmune al efecto estereoscópico, así que no me toméis la palabra en ese aspecto.